3 jun 2022
Esbozo sobre el papel de la moralidad y la ética en la política
Prefacio
Texto utilizado para un debate corto sobre el papel de la moral, donde mi tarea era sostener que la moralidad y la ética NO tienen un rol importante en la política. Al menos, que estas no compongan el núcleo de su praxis siendo, como mínimo, herramientas y, en caso extremo, innecesaria.
Por un humanismo radical
- La moralidad y la ética son cuestiones históricas y situadas a cada comunidad humana, y asimismo, como ha sucedido a lo largo de la historia, son dinámicas y solubles;
- Que la política es una actividad concreta. Su actividad coincide, no con los fines como apuntaría Maquiavelo, sino con una cuestión de orden práctico: el mero ejercicio;
- Que estas nociones sólo se sostienen cuando son los bloques dominantes quienes postulan lo que es deseable y qué no. Véase pues, la persecución o condena en el uso de la violencia por parte de los sectores más oprimidos y cómo se invocan a conveniencia, y por lo mismo;
- Ningún cambio sustancioso en las sociedades humanas ha sido logrado acatando presupuestos morales vigentes pues, precisamente, no son los valores de una comunidad reconciliada;
- Que el atenerse a lo que sea moral o ético para garantizar la paz y el orden es, por lo bajo canallesco, pues de hecho impera el caos, aún en los espacios aparentemente mejor portados, la disgregación social no es producto del actuar inmoral o antiético, sino propio de la libertad humana;
- Que, para determinadas luchas sociales, es necesario jugar con el margen de lo moral y lo ético y que estas mismas pueden tener petitorios que no son en absoluto reconciliables con el sistema dado;
- Finalmente, clamar por que la política y la producción humana en su totalidad las considere es, por lo bajo, un poco cínico viendo que de hecho el sistema en que estamos insertos operaría de manera fundamentalmente amoral y antiética. Ligado a lo anterior, las luchas que no son negociables implicarían el desconocimiento absoluto a estas nociones para que se hagan reales y efectivas.
Descartamos que la política sea un saber.
No hay recetas para su ejercicio ni constitución. Su estudio es una reconstrucción que ni a los más historicistas de los pensadores como Hegel o Marx, sería suficiente para “superar” determinadas etapas. No. La tragedia de la libertad humana implica que es un mito que la historia es cíclica o se repite. Ningún suceso ocurre dos veces, ni existen procesos lineales. No hay un método para la política, sin embargo, existe olfato político.
Obviamos la discusión sobre la naturaleza humana.
Por lo general, las nociones de ética y moral se emplean de manera antojadiza y, llevados a sus extremos, tiene por fundamento que el quehacer humano tendría dadas propiedades y tendencias por naturaleza. Como pretendemos exponer, hasta la posibilidad de una moral universal, inherente a la condición humana como postula Kant, hasta este mismo dio el brazo a torcer con un horizonte político: la libertad radical.
La moral es un instrumento discursivo para el poder.
Su función es prestar legitimidad a una acción política. Desde luego, sería deseable que todo tuviera un piso mínimo. A lo largo de la historia ese ideal se ha ido expandiendo y toda filosofía del derecho y doctrina jurídica admite la expansión del horizonte que prediquen los valores de una determinada época a otra. Sin embargo, la política es algo concreto, requiere de un programa para su efectividad y siempre habrá conflicto. En ese sentido, jugar con los grises de la moralidad, como muestra Maquiavelo, en suma, una herramienta como cualquier otra, y aunque el florentino lo justifica en el cumplimiento de objetivos, es más prudente y razonable plantearlo en términos de horizontes políticos. Para ello, basta ver los fundamentos y pretensiones de movimientos como los diversos marxismos, anarquismos, feminismos y hasta los ecologismos más radicales: el acogerse a la moralidad o eticidad de una praxis propia o del enemigo es de utilidad en tanto satisfaga necesidades para el movimiento. Nótese, que en el derecho penal del enemigo, una de las posturas más efectivas en su aplicación es remanente del concepto hobbesiano de justicia; en tanto un o un grupo de individuos desconozca el orden puesto, puede eliminarse sin injusticia, y en la práctica, este sigue siendo el sostén de los conflictos bélicos y es extrapolable a las relaciones internacionales.
Hasta Kant, el más pietista y fervoroso creyente, tuvo problemas con las nociones de la moral y la ética. Tuvo que batirse a duelo con toda la tradición filosófica desarrollada hasta el momento: la naturaleza humana, la existencia de Dios, la facultad de conocer y la Razón; para poder por fin trascender el determinismo que subyace en estas ideas y elaborar un sistema que finalmente descansa en la autodeterminación y la libertad radical. Hasta el que es, probablemente, el más consecuente de los pensadores respecto a las consecuencias de su propio sistema, hizo la vista gorda al Terror de la Revolución Francesa e hizo caso omiso a las instigaciones de sus pares para que se pronuncie acerca de ella puesto que las consecuencias de una revolución con tales características había que apoyarla por una sola razón: representaba la emancipación humana de facto, y la libertad absoluta es una de sus consecuencias. No hacemos mal por ser inmorales, hacemos mal por ser libres.
Respecto al punto anterior, es importante señalar la gravedad del asunto. La mentalidad ilustrada ha asociado a la noción de libertad las propiedades que tiene, a su vez, la física de su tiempo. La libertad es sólo deseable si es ilimitada, y aunque Kant obvió referirse al tema, los románticos alemanes contemporáneos con quienes polemizó y sus sucesores, Herder y Schiller respectivamente, dieron cuenta que la moral por la moral es un despropósito cuando, vista la política como una totalidad orgánica y no mecánica, aplicar máximas universales coartaría el desarrollo mismo de una verdadera moral viva y que cumpla su propósito: vivir en comunidad. Hasta el propio Rousseau en la nota final del primer libro del Contrato Social lo sospechaba en la nota que hizo de catalizador para la Revolución Francesa:
V) Con los malos gobiernos esta igualdad es sólo aparente e ilusoria; no sirve más que para mantener al pobre en su miseria y al rico en su usurpación. De hecho, las leyes son siempre útiles para los que poseen algo, y perjudiciales para los que no tienen nada. De donde se infiere que el estado social no es ventajoso para los hombres sino en tanto que todos poseen algo y ninguno tiene nada con exceso
Si ha de haber moralidad en la política, esta es sólo realmente efectiva y pensable en una sociedad reconciliada con otros instrumentos aparte del presupuesto de buscar el menor daño posible o mantener el orden.